Giorgio Morandi fue un pintor italiano, considerado uno de los mejores del siglo XX de su país. Italia es cuna del Arte, y también del buen vino. La obra de Morandi, como la tantos otros grandes autores, no fue ajena al caldo de caldos. Prueba de ello son muchas de sus naturalezas muertas, como la que hoy analizamos, fechada entre 1948 y 1949.

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En un primer momento Giorgio Morandi siguió a los futuristas y al movimiento Novecento italiano, tras establecer contacto con Boccioni y Carrà. Tras su amistad con Giorgio de Chirico su obra comenzó a influenciarse por la de éste. En 1927 participó en la primera exposición del movimiento novecentista, vinculado con el régimen de Mussolini. Poco a poco su estilo fue definiéndose e independizándose del De Chirico. Su futurismo, según Juan. Á. López-Manzanares, es relativo, mostrando por entonces preferencias por la obra de Cézanne, Picasso y Braque.

A partir de 1930 Giorgio Morandi abandonó las novedades vanguardistas para profundizar en su propia visión poetizada de los objetos cotidianos, prestando especial atención al tratamiento de la luz y a los intervalos espaciales, tal como será propio de su obra madura. “Una pintura, incluso si es pequeña y hay pocas cosas en ella, es algo tan difícil de conseguir, en cada una de sus partes, que nunca sabes a dónde has ido a parar”, estimaba Morandi.

Parte esencial de su iconografía comenzaron a ser los utensilios de la vida diaria, como vasos y botellas. Dichos objetos, colocados sobre una mesa, se convertían en los máximos protagonistas de sus cuadros. Seguía así a su admirado Cézanne en la elección de los bodegones sencillos como medio de expresión de su pintura. La obra de Cézanne y su íntima relación con el vino ya ha sido analizada en esta sección, como recordarás con su enigmático cuadro de “Los jugadores de cartas”.

Naturaleza muerta se sitúa como obra ampliamente representativa de su plena madurez, ya que el artista conquista precisamente en 1948 el Gran Premio de Pintura en la Bienal de Venecia. En él, se puede advertir una gama de colores reducida, todos comprendidos entre los matices del beige-miel y las profundas resonancias del gris. Las obras de Morandi son el resultado de un proceso creativo tenaz, obsesivo y continuado sobre unos mismos asuntos, entre los que se encuentra el vino. La pintura está bañada por una misma luz continua, difusa, lechosa, neutra.

Según explica Giorgio Messori, en Il pianeta sul tavolo durante 1992, “para él los colores son en efecto ‘actos y sufrimientos de la luz’ como los había definido Goethe, que dan sustancia al fluir de la incorpórea materia luminosa, deteniéndola en esa inmovilidad palpitante que vemos en sus cuadros”. En Morandi, el color no eclipsa la luz sino que le da sustancia.

“La composición anticipa una instalación que volveremos a encontrar a menudo en 1954-1955 y casi parece representar un primer momento de estudio en el pormenorizado análisis que el artista dedica a la creación de una forma compuesta y concentrada, incluso en la singularidad y en el movimiento de cada uno de los elementos que la componen”, estima la crítica Marilena Pasquali. Según su opinión, “los modelos en segundo plano se acercan y se tocan casi hasta confundirse unos con otros”.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes