Claude Monet (París, 14 de noviembre de 1840-Giverny, 5 de diciembre de 1926) fue un pintor francés, uno de los creadores del impresionismo. El término impresionismo deriva del título de su obra Impresión, sol naciente (1872). Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “Camino en los viñedos de Argenteuil”, fechado en 1872.

Sus primeras obras, hasta la mitad de la década de 1860, son de estilo realista. Monet logró exponer algunas en el Salón de París. A partir del final de la década de 1860 comenzó a pintar obras impresionistas. Esta desviación del gusto de la época, que era marcado por las academias de arte, empeoró su situación económica a la vez que afianzó su decisión de continuar en ese azaroso camino.

En la década de 1870 formó parte de las exposiciones impresionistas en las cuales también participaron Pierre-Auguste Renoir y Edgar Degas. Su obra Impresión, sol naciente formó parte del Salon des Refusés de 1874. Su carrera fue impulsada por el marchante Paul Durand-Ruel, pero a pesar de esto su situación financiera permaneció siendo difícil hasta mediados de la década de 1890. En esta época, Monet desarrolló el concepto de las «series», en las que un motivo es pintado repetidas veces con distinta iluminación. Al mismo tiempo comenzó a trabajar en el famoso jardín de su casa en Giverny con estanques de nenúfares que luego utilizó como motivo para sus pinturas.

Ningún pintor del grupo fue tan puramente impresionista como Monet. En su obra el factor dominante es un claro esfuerzo por incorporar el nuevo modo de visión, sobre todo el carácter de la luz, mientras que la composición de grandes masas y superficies sirve únicamente para establecer cierta coherencia. Por su parte, Renoir fue el pintor que nos convence de que la estética del impresionismo fue, sobre todo, hedonista. El placer parece la cualidad más evidente de su obra, el placer inmediato y ardiente que produce en él la pintura. Nunca se dejó agobiar por problemas de estilo y llegó a decir que el objeto de un cuadro consiste simplemente en decorar una pared y que por eso era importante que los colores fueran agradables por sí mismos.

De todos los impresionistas, Monet fue el que con más énfasis practicó el plenairismo, es decir la práctica de la pintura al plein-air (en francés: ‘aire pleno, total’ y también —y ese es el significado que aquí más nos importa— aire libre), la pintura al aire libre. Aunque existe gran cantidad de pintores paisajistas previos a Monet, se nota en ellos que la factura de sus obras ha sido realizada principalmente dentro del taller tras un previo esbozo. Hasta la segunda mitad de s. XIX, las pinturas (óleo, temple) eran realizadas artesanalmente y envasadas en frascos, pomos, etc. La invención de los tarros y tubos de pintura (un positivo producto de la Revolución industrial), permitió a los pintores llevar sus óleos o témperas al aire libre, bajo el sol, sin que estos elementos se secaran u oxidaran rápidamente como había sucedido hasta entonces.

Al aire libre, bajo la luz directa del sol, pudo minuciosamente observar y plasmar casi inmediatamente, con pinceladas libres, los efectos de la luz sobre los objetos, los cambios, las vibraciones de esa luz; por esta razón la pintura de Monet resulta especialmente vital y llena de armonías. Inspirado en el ambiente de sus jardines en Giverny, inició en 1906 la serie de cuadros muy grandes sobre plantas florales acuáticas, (los cuadros de ninfeas y nenúfares que pueden admirarse actualmente en el museo parisino de La Orangerie).