Gustavo Bacarisas (Gibraltar, 23 de septiembre de 1873-Sevilla, 7 de enero de 1971)​ fue un pintor gibraltareño. Estudió bellas artes en Roma y fue profesor dos años en la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires. Se instaló en la ciudad española de Sevilla en 1913. Fue presidente de la Sección de Bellas Artes del Ateneo de Sevilla. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “Feria”, sin datación precisa dentro del comienzo del siglo XX.

Feria (comienzo del siglo XX), de Gustavo Bacarisas

Según relata Fernando Martín Martín, Gustavo Carlos Bacarisas Podestá nace en Gibraltar, en el seno de una familia numerosa de la cual es el mayor de tres hermanos. Sus padres, Gabriel y Adela, son también gibraltareños, dedicándose el padre al oficio de pintor, lo cual probablemente tendrá consecuencias para su futura carrera. Su infancia y primera formación son inglesas, recibiendo clases en los Hermanos Cristianos Irlandeses. En 1892, a la edad de veinticinco años, Bacarisas marcha a Roma con el objeto de ampliar estudios en la Escuela Libre de la Academia de Bellas Artes, institución en la que tiene como compañeros a Eduardo Chicharro, Álvarez Sotomayor y Nicanor Piñole, entre otros. Durante su estancia en Italia, que se prolonga hasta 1906, Bacarisas recorre el país y realiza los primeros viajes a París y Londres, ciudades que a partir del primer lustro del siglo XX se convierten en su residencia de forma alternativa; así en la capital inglesa será invitado por la Art Society para exponer en el salón anual de la Royal Academy. En esos años toma contacto con distintos artistas, entre ellos, Whistler, que en esa época vive en París. En 1910 viaja a Buenos Aires invitado por la Galería Philipon estableciendo amistad con varios artistas. De ese año es el retrato del arquitecto Martín S. Noel. Bacarisas es nombrado profesor en la Academia de Bellas Artes, labor docente que no le impide sin embargo trabajar en su pintura, así como trasladarse a los Estados Unidos donde expone en distintas ciudades como Nueva York y Filadelfia. En 1913 Bacarisas llega a Sevilla recibiendo pronto encargos gracias a la familia Laffite, propietaria de la fábrica de cerámica «Los Remedios», que incluso le proporciona un estudio para trabajar en los diseños de bocetos para murales cerámicos; labor ésta que cultivará gran parte de su vida. En 1915 acude a la Exposición Nacional de Madrid y hacia 1918 ingresa como miembro de la sección de Bellas Artes del Ateneo de Sevilla. Viaja por Andalucía, permaneciendo un tiempo en la ciudad de Granada. En 1921 expone en Madrid, y aparece mencionado en el prólogo del catálogo por José Ortega y Gasset. Años más tarde marcha a Estocolmo como decorador y diseñador del vestuario para la ópera Carmen (en esta estancia en Suecia conoce a la que será su mujer, Elsa). Repetirá esa faceta como decorador y escenógrafo para la obra Coppelia, dirigida por Charles Cocharan en el Trocadero londinense, y el Amor brujo de Falla, dirigido por Antonio Mercé para su representación en la Ópera de París en 1928. Fundamentales fueron los trabajos y participación en la Feria Iberoamericana de Sevilla celebrada en 1929, para la que efectuará los decorados del Pabellón Real y los de Argentina, así como el cartel oficial del certamen. Residente en Sevilla, vive de cerca la proclamación de la República. En esos años realiza numerosos viajes por toda España, sobre todo por Castilla, sin olvidar sus desplazamientos a la sierra onubense, concretamente a las localidades de Aracena y Alhajar. Al estallar la Guerra Civil Bacarisas y su mujer son evacuados a Francia dada su condición de ingleses, para después trasladarse a Gibraltar. En 1945 regresa a Sevilla de forma definitiva sin renunciar a realizar largos viajes. En 1961 es nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cinco años más tarde el Ateneo de Sevilla le otorga la medalla de oro. Bacarisas fallece a la edad de noventa y nueve años en su casa sevillana.

Según Fernando Martín Martín, uno de los rasgos que mejor definen a Gustavo Bacarisas es el carácter cosmopolita que presidió su existencia, así como su diversidad creativa en todos los géneros, bien sea la pintura –de caballete o mural– o la realización de diseños para cerámica y cartel, sin olvidar su fecunda labor como escenógrafo. Si exceptuamos su etapa infantil y adolescente donde reside en Gibraltar, lugar de su nacimiento, su longeva vida fue un continuo tránsito por Europa y América, una experiencia esencial que le puso en contacto con las corrientes pictóricas más innovadoras, que él supo sintetizar en un lenguaje personal al servicio de toda clase de temas abordados con gran eficacia y sensibilidad.Tras haber asimilado el impresionismo, su obra se refuerza con un sólido dibujo y una estética modernista, que constituyen su más claro referente estilístico para evolucionar hacia un postimpresionismo de gran potencia cromática y lumínica. Aunque la estancia de Bacarisas en Andalucía fue intermitente hasta su ubicación definitiva en 1945, el artista gibraltareño supo plasmar magistralmente todas las constantes culturales que caracterizan esta hermosa región. De este modo, la luz, el color, sus gentes, paisajes y costumbres fueron fuentes de inspiración repetidas, enraizándose con el sentir y espíritu profundo de lo andaluz. En este sentido, un tema tan emblemático como son las ferias y romerías, de tanta tradición en la pintura costumbrista andaluza desde mediados del siglo XIX, vuelve a tener presencia a través de los pinceles de Bacarisas. En su numerosa producción, Bacarisas interpretó en varias ocasiones el tema de la feria, siendo probablemente una de sus mejores versiones la existente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, obra que lleva el título explícito de Sevilla en fiestas (1915), en la que recoge el evento lúdico y popular en todo su esplendor cromático y decorativo tan caro al quehacer del maestro, con sus características gamas de colores malvas, rojos, verdes, amarillos, aquí en una escena nocturna. En el caso de Feria, el registro estilístico y contextual –empezando porque la acción es diurna– es diferente. Así, nos encontramos con una composición de factura postimpresionista de pincelada enérgica y suelta, en la que se construye mediante el color personajes y ambientes, disponiendo un foco central de luz, quedando los extremos en sombra. Desde el punto de vista argumental, se trata de una feria en la que el pintor sabe captar con acierto el ambiente distendido y alegre de la fiesta, describiendo en un primer plano a un grupo de personas sentadas acompañadas por otras de pie bajo una carpa, carpa que a su vez sirve de cobijo a una carreta vista por detrás; al fondo, y perfectamente iluminadas, se observan diferentes casetas con banderolas. Los toques de vivo color blanco en alguno de los atuendos de los personajes ofrecen un armonioso contraste, acentuando el carácter de instantaneidad del momento. Con Feria, Bacarisas se inscribe dentro de la tradición iconográfica costumbrista en su vertiente popular, contribuyendo a fijar unas señas de identidad, una imagen de expansión y divertimento de su gente, cuya vigencia ha sabido perpetuarse hasta la actualidad.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes