Tocado con la habitual corona de pámpanos de vid y acompañado de un racimo de uvas, el dios Baco es una representación muy recurrente en el Arte para transmitir las bondades del vino. Juan Carreño de Miranda tiene su peculiar modo de entenderlo, creando uno de los cuadros más relevantes para comprender la relevancia del vino dentro de la historia del Arte en España.

"Eugenia Martínez Vallejo, desnuda" (1680), de Juan Carreño de Miranda

En realidad nos encontramos ante un retrato de Eugenia Martínez Vallejo, desnuda y adornada con hojas de vid y racimos de uvas, detalles que la convierten en una alusión a Baco, que como todos sabemos se trata del dios romano del vino. El hecho de simular una representación mitológica, como si del deforme dios del vino se tratase, era la fórmula que hacía posible la representación del desnudo femenino. La pintura de Carreño era el mejor ejemplo de la asociación de diversas corrientes y artistas que eclosionó en pleno Barroco madrileño. Su estilo personal unido a su extraordinaria capacidad para la utilización del color le convirtieron en un pintor relevante en la segunda mitad del siglo XVII.

Sin duda en este cuadro podemos encontrar grandes similitudes con la obra Baco, de Caravaggio, anteriormente analizada. En ella, se muestra un Baco joven recostado, con uvas y hojas de vid en su pelo, acariciando el cordón de la bata con delicadeza. En una mesa de piedra en frente de él hay plato de frutas y una gran jarra de vino tinto; con la mano izquierda sostiene una copa poco profunda del mismo vino, al parecer, invitando al espectador a unirse a él.

Bacco, Caravaggio

La historia de la modelo de Carreño es bien distinta, y debe ser contada para comprender el contexto donde se encuentra este peculiar Baco. La niña fue llevada en 1680 a la corte para ser exhibida por sus proporciones extraordinarias, siendo su obesidad mórbida objeto de atención por parte de la sociedad del momento, alcanzando gran popularidad. Este hecho, lejos de las actuales connotaciones negativas, debe entenderse dentro del gusto por las rarezas naturales heredado del siglo XVI y todavía imperante en el XVII, momentos en los que bufones y diferentes personajes de entretenimiento convivían en Palacio con el propósito de divertir a reyes e infantes. En este caso concreto, de Carlos II.

Todo esto también lo podemos comprobar en la obra de Velázquez, una generación más mayor que Carreño, siendo su amigo y protegido. Este autor trabajó habitualmente con personas minusválidas, con alguna tara física o extraordinariamente feas. Velázquez también presentó a Baco en una de sus obras. ¿Encuentras alguna similitud entre el dios del vino, sentado en un tonel, semidesnudo y tocado con hojas de vid, que aparece en la obra coronando a un joven, y el Baco que hoy nos ocupa?

Enanos, mujeres barbudas o personas con problemas mentales eran objeto de atención cultural por parte de escritores y pintores del naturalismo. La “monstrua”, como era vulgarmente conocida, entraba dentro de la fascinación por seres deformes y anormales propia del mundo del Barroco. La población de la época la bautizó cruelmente como “la niña monstruo de los Austrias”. La niña padecía una enfermedad cuyos síntomas coinciden con los propios de un trastorno cromosónico y que hoy se conoce con como síndrome de Prader-Willi.

El síndrome de Prader-Willi (SPW) es consecuencia de una alteración genética originada por la falla en la expresión de genes del cromosoma 15. Ocasiona obesidad, apetito excesivo, tendencia a padecer diabetes, alteraciones en el control de la temperatura, capacidad baja de sentir dolor, trastornos de la respiración al dormir o alteraciones del sueño.

La protagonista, tristemente afectada por dicho síndrome, es representada con total dignidad. Con ella, el vino. Dicho vino, la vid, se relaciona con las frutas. Sirviéndose de las uvas como símbolo del vino, debido a la condición comestible de la mayoría de los artículos, es considerada por los críticos como símbolo de la fugacidad de las cosas en el mundo. Dicho concepto, vinculado con aspectos negativos que se atribuyen a aquello que desaparece con velocidad, se relaciona con la difícil existencia de Eugenia Martínez Vallejo.

“Eugenia Martínez Vallejo, desnuda” (1680), de Juan Carreño de Miranda (2)

Se trata de un ejemplo de la ambigüedad de las representaciones del mundo pictórico del Barroco. Este retrato, a pesar del explícito desnudo, juega con las apariencias y elimina el aspecto monstruoso al disfrazar a la niña, que permanece centrada en la composición, en un fondo absolutamente neutro e indefinido. Su retrato siempre fue solemne y austero, en tonos pardos y con fondo neutro, sin detalles ni recreación sobre adornos o joyas. Nos encontramos ante un autor cuya notoriedad fue aumentando, hasta el punto de ser nombrado pintor del rey en 1669.

En esta pintura, Carreño busca deliberadamente el contraste con Eugenia Martínez Vallejo, “la Monstrua”, vestida, también conservado en el Museo del Prado. En ella, la protagonista aparece con un elegante traje de gala rojo. Estos retratos fueron realizados para ser vistos en pareja, de modo que la desnudez de la muchacha contrastara con el rico vestido del otro cuadro. En ambas, Carreño trató con gran delicadeza y ternura la descomunal figura de su particular modelo. “La pintura no precisa de honores. Puede darlos al mundo entero”, dijo Carreño cuando se le preguntó si quería ser caballero de la orden. Su obra, sin duda, los dio.

“Eugenia Martínez Vallejo, vestida”, de Juan Carreño de Miranda

Desde Licores Reyes aprovechamos la ocasión para felicitar al Museo del Prado su 195 cumpleaños, agradeciéndole su extensa cantidad de obras vinculadas con el vino, habiendo ya comentado algunas de ellas. Después de haber disfrutado del Arte, y hablando de vino, ¿conoces ya nuestra tienda online? En ella encontrarás el más amplio catálogo de esta bebida. Te esperamos: http://tiendalicoresreyes.es/37-vinos-y-espumosos

Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes