Juan Fernández es un pintor enigmático, de quien únicamente se sabe que vivía alejado de la corte dedicado a pintar flores y frutas, principalmente uvas según lo que recogen los inventarios de pinturas de la época. Por esta tarea alcanzó gran reputación internacional, siendo sus obras conocidas en la corte británica y francesa. El Museo del Prado ha exhibido recientemente gran parte de su pintura, descubriendo al artista para el gran público.
El apelativo de «labrador» no fue simplemente un seudónimo, sino el reconocimiento de un oficio que nunca abandonaría. El sobrenombre lo adquirió Juan Fernández debido a que vivía en el campo, donde se especializó en cuadros que representaban frutos. Varios de los cuadros con racimos de uvas en los que se especializó el Labrador se disponían en parejas. Habitualmente estas parejas ofrecían distintas variedades de vid, marcando las diferencias en la forma de los racimos.
“Cuatro racimos de uvas colgando” y “Bodegón con cuatro racimos de uvas”
Uvas. Muchas uvas. Blancas, tintas y en todas sus variantes. Presentadas en racimos solitarios que cuelgan con la inesperada presencia de una mosca, o en grupos de dos, tres y cuatro. Un pintor de una misteriosa e indescifrable personalidad, alejado de la corte en su momento de mayor madurez, empeñado en un nuevo naturalismo a contracorriente de su tiempo. Juan Fernández crea un poderoso efecto de ilusión y de realidad.
Los frutos de la vid figuraron en los bodegones españoles desde fecha muy temprana, pero el pintor los representa aquí aislados y suspendidos en el espacio de forma absolutamente inédita. Los racimos de uvas son objeto preferente de representación en el género de la naturaleza muerta desde su origen, a fines del siglo XVI y principios del XVII.
“Dos racimos de uvas colgando con mosca”
Muchas de las uvas están contorneadas más difusamente, ya que el autor no repetía mecánicamente la misma forma circular, sino que las bayas son distintas y raramente regulares. Los racimos del Labrador, minuciosamente detallados, aparecen suspendidos en la oscuridad, violentamente iluminados y eliminada toda referencia espacial.
Pintor de tradición caravaggista, El Labrador sitúa sus objetos sobre fondos negros y utiliza la luz dirigida para conferir volumen a dichos objetos, descritos tras paciente observación de forma plenamente individual. Se trata de una sorprendente técnica claroscurista. Al no mostrar de dónde penden crea un efecto ciertamente desconcertante.
La luz revela los más mínimos accidentes de las frutas. Se trata de bodegones donde nada resulta superficial. En uno de los racimos aparece una mosca sobre una uva, signo inequívoco del avanzado estado de maduración de la propia uva. El insecto supone una referencia naturalista de primer orden que ayuda al artista a confundir realidad e ilusión, arte y vida cotidiana.
“Bodegón con dos racimos de uvas”
Todos estos efectos, desde la patente rugosidad de la fruta a la presencia de una mosca, buscan asombrar al público. Sin duda lo consigue, creando un conjunto tremendamente real. El modo tan preciso con el que representó las frutas y objetos que decoraron sus bodegones es digno de reseñar. También lo es su capacidad para representar las calidades, formas y defectos de los frutos, así como la luminosidad que les otorgó.
Siendo los pequeños lienzos con uvas lo que más se repite en los inventarios con atribución al Labrador, también representó otras frutas e incluso paisajes. Poco sabemos de sus circunstancias biográficas, debido a su forma de vida y a su enigmática personalidad. Pero para la posteridad queda su extraordinaria atención por el detalle, así como su amor por la naturaleza.
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