José Agustín Arrieta fue un pintor costumbrista mexicano que se destacó por retratar escenas de la Puebla decimonónica, ciudad en la que vivió toda su vida. Sin embargo, su obra más abundante fueron los bodegones, con los cuales representó los manjares típicos de la comida nacional.​ Un museo en la ciudad de Puebla lleva su nombre. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “Cuadro de comedor”, sin fecha clara entre 1857 y 1859.

Arrietacomedor

Agustín Arrieta nació en una época marcada por movimientos independentistas, que se vio reflejado en sus obras que tienen un sentido de costumbrismo, donde retrata a los mexicanos de las calles y las haciendas, que constituían un México: mestizo, único, diverso e irreverente. Arrieta fue perfeccionando las técnicas del dibujo, la composición, el uso de los colores, la anatomía y el equilibrio, aprendidos en la Academia, lo que, aunado a su natural talento, lo llevaría a una etapa de madurez, y sus cuadros alcanzarían un carácter propio. Sin embargo, según sus críticos, se hallan errores en sus composiciones de bodegones y escenas, repetición de elementos y de personajes. Al parecer, según estos mismos, tuvo influencia de Bartolomé Esteban Murillo y de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Su obra menos destacada es la religiosa, con pocas intervenciones en los templos de Puebla, como los lienzos del Templo de San Juan de Dios, encargados en 1852: la Muerte de San José, una Magdalena y un Calvario.

Lo que hace singular a la obra de Arrieta es el reflejo de las costumbres de la vida cotidiana en la Puebla del siglo XIX: vestimenta, gastronomía, oficios, así como virtudes y defectos, son los elementos que destacan y se repiten.​ A través de su obra puede conocerse con precisión al chinaco, a la china poblana, al soldado, al aguador, al clérigo, al caballero y al mendigo, entre muchos otros. Arrieta hallaba una particular fascinación por las escenas mundanas como Tertulia de pulquería, sitios de los que Puebla tenía en exceso, y otras como una riña callejera y el mercado, a los que les imprimió un aire anecdótico y festivo. Otros cuadros costumbristas de igual fama son La sorpresa, La cocina poblana, Vendedores de horchata y Agualojera.

Arrieta trató de rescatar el género pictórico del bodegón lleno de simbolismos y muy común en el siglo XVII, y que luego pasó al siglo XVIII como simples representaciones naturales. La Academia de San Carlos ni siquiera se preocupó de incluir como asignatura, pero Arrieta asume la labor de rescatar el género empleando los exóticos alimentos mexicanos y los enseres que se emplean en particular en la cocina poblana. Destacan en las obras el realismo de las texturas, los colores brillantes de las frutas, el efecto realista de los vidrios y cristales que son el mayor atractivo de sus pinturas, aunque según sus críticos no hay una relación lógica entre algunas reperesentaciones antagónicas como la de un gato herático junto a un pollo. Arrieta incursionó en el retrato, pintando algunos personajes destacados de la sociedad poblana, pero sus críticos, entre ellos el historiador Guillermo Prieto, afirman que Arrieta mostró fallos en la anatomía, como en la representación de las manos y la baja calidad en los tejidos y texturas.

Por sus ideas contrarias a las que privaban en su ámbito, no solamente vivió en la miseria toda su vida sino también exento de popularidad. A este gran valor de la pintura mexicana, pionero de la escuela nacionalista, los rescató José Luis Bello y Zetina con su libro Pinturas Poblanas que escribió en el año de 1943. El crítico e historiador del arte poblano, Bernardo Olivares Iriarte, se refería a las obras de Arrieta en 1874 como “composiciones de bastante mérito por la verdad y completa ilusión que les ha dado. Este género de obras todos han convenido que hasta la presente no ha tenido rival en la ciudad”.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes