José Felipe Abárzuza y Rodríguez de Arias (Cádiz, 1871 – Puerto Real, 1948) fue un pintor luminista y regionalista andaluz. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “El azahar de la novia”, fechado en 1901.

El azahar de la novia

Nacido en el seno de una familia acomodada, especialmente influyente por su rama paterna, manifiesta prontas inquietudes artísticas. Compatibiliza sus estudios de bachillerato con las clases en la Escuela Especial de Bellas Artes gaditana, donde estará matriculado desde 1866 hasta 1890 y donde recibirá la influencia del maestro local José Morillo. Los años siguientes transcurren en Madrid, al lado de su principal maestro y, a la postre, amigo, Joaquín Sorolla, cuyo estilo luminoso y colorista impregnará la pintura de Abárzuza desde entonces. Desde 1902 radica nuevamente en Cádiz, lugar en el que alternará la dirección de sus negocios particulares, especialmente vinateros, con la docencia que imparte en la Escuela oficial de Bellas Artes, el ejercicio libre de la pintura, que lleva a cabo en una propiedad, “El Olivillo”, que se construye en la ciudad, lugar al que acuden con frecuencia como invitados otros artistas, y la restauración de pinturas.

De sus participaciones en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, a algunas de las cuales se presentó entre 1892 y 1909, destacan su Tercera Medalla en 1899, con Ilusiones y realidades, también premiado en Múnich con Segunda Medalla de Oro en 1901, actualmente en el Museo de Bellas Artes de Granada, y El azahar de la novia, también de 1901, Tercera Medalla, hoy propiedad del Museo del Prado y depositado en la Delegación de Gobierno en Sevilla. Su obra de mayor envergadura y duración, de 1906 a 1909, fue la pintura del techo del Gran Teatro, hoy teatro Manuel de Falla, de Cádiz, para cuya ejecución y montaje contó con la colaboración del escenógrafo madrileño Macarrón y con su discípulo, en Cádiz entonces, Julio Moisés. Nombrado académico de la de Bellas Artes de Cádiz en 1909, en 1911 es designado director del Museo homónimo.

Es Abárzuza el representante más sorollesco de la escuela de pintores gaditanos. Si bien en sus temas, especialmente figuras, siempre suaviza los tonos con una pátina grisácea, elegante, próxima al modernismo finisecular, al contacto con el paisaje y, en especial, desde la década de los años veinte, libera y exalta formas y colores, a lo cual contribuye la ejecución rápida y libre de los temas. Desde su definitiva radicación en Cádiz, salvo por determinados encargos, no hizo uso venal de su pintura, a la que concebía con un sentido totalmente gratuito y personal a pesar del prestigio obtenido y del que seguía disfrutando. Su principal discípulo, hecha mención de Julio Moisés, fue el restaurador, gaditano de nacimiento, Manuel López Gil.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes