Pintor holandés de escenas de género, Ochtervelt nació y trabajó sobre todo en Rotterdam. Aparte de algunos retratos y tempranas escenas de caza y «alegres compañías», casi todos sus cuadros representan elegantes interiores de clase alta, en los que hizo gala de su habilidad para pintar sedas y rasos. Sus figuras son extremadamente refinadas, y en sus cuadros aparecen a menudo alusiones sexuales. Comiendo ostras no es una excepción de esto último, y el vino está presente en dicho cuadro y en la obra de Ochtervelt, como en la de tantos otros grandes autores.

"Comiendo ostras" (1665-1669), de Jacob Lucasz Ochtervelt

Ochtervelt fue creando su propio estilo, concentrándose en escenas de interiores de prósperos burgueses, en las que las figuras, y en especial las distintas texturas de sus ropajes, eran tratadas con gran meticulosidad y esmero. Para Mar Borobia “en Comiendo ostras encontramos algunos de los rasgos más característicos del pintor. Ochtervelt, en esta escena, sitúa a pocos personajes en un oscuro interior del que a penas distinguimos dos vanos al fondo con algunos enseres decorando las paredes. Las tres figuras, que reciben un fogonazo de luz que las perfila y las dibuja con nitidez junto a los objetos, se captan con los rostros en ángulo, como es caso de la cara del hombre, ladeado y hacia atrás, que toca el laúd. Distintiva también de Ochtervelt es la posición que adopta la mujer sentada en primer plano, cuyo perfil se diluye, que contribuye a acentuar la inclinación elegida por el pintor”.

Ochtervelt agrupa a sus tres personajes en torno a una mesa sobre la cual una de las mujeres coloca una bandeja de ostras, mientras que un caballero tañe un laúd y una dama se dispone a escanciar vino de una jarra. Carpe diem (aprovecha el momento) y memento mori (recuerda que has de morir) coexisten en las obras pictóricas en las que el vino asume un papel protagonista en relación con la convivialidad. Desde el antiguo Egipto, las vides se han asociado con la fecundidad y con la reproducción de la vida. Esta asociación con la fertilidad y con la regeneración, que encontramos en otras muchas religiones mediterráneas, otorgaban al vino una fuerte carga sexual.

La música, el vino y las ostras (conocidas como minnekruyden o hierbas del amor a causa de su poder afrodisiaco) contribuyen a impregnar la atmósfera de erotismo. Como reza el proverbio latino, sine Cerere et Baco, friget Venus, es decir: «sin Ceres, diosa de los alimentos, y Baco, la personificación del poder desinhibidor del vino, Venus o el amor se enfría». Las connotaciones eróticas del vino tienen que ver con su propiedades embriagantes, que lo convierten en una bebida capaz de hacer saltar las convenciones y facilitar la aproximación a los demás. Algo similar ya vimos en la obra de Francisco de Goya y Lucientes “La vendimia, o El Otoño” (1786), donde un aristócrata sentado elegantemente sobre su propia capa ofrece un racimo de uvas negras a una joven.

“Los tres personajes se agrupan en torno a una mesa donde una de las mujeres se dispone a colocar una bandeja de ostras. Ostras a las que se atribuyen connotaciones eróticas, así como un poder estimulante y afrodisíaco, que en compañía de la música, como aquí, se asocia al argumento amoroso. La escena, por todos sus ingredientes y personajes, puede estar ambienta en un burdel”, según Mar Borobia. Las obras del último periodo de Ochtervelt revelan la complejidad general del último tercio del siglo XVII en Holanda, cuando las corrientes clasicistas comenzaron a ponerse de moda frente al realismo holandés.

"Comiendo ostras" (1665-1669), de Jacob Lucasz Ochtervelt 2

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes