José Romano Gutiérrez-Solana y Gutiérrez-Solana (Madrid, 28 de febrero de 1886 – ibídem, 24 de junio de 1945), conocido como José Gutiérrez-Solana, fue un pintor, grabador y escritor expresionista español. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en una de sus últimas obras, “Taberna en Santander”, fechado hacia 1944-1945.

Fuera de la influencia que en él ejercen los pintores del tenebrismo barroco, en especial Juan de Valdés Leal, tanto por su temática lúgubre y desengañada como por las composiciones de acusado claroscuro, es patente la influencia de las Pinturas negras de Francisco de Goya o del romántico Eugenio Lucas. Su pintura es feísta y destaca la miseria de una España sórdida y grotesca, mediante el uso de una pincelada densa y de trazo grueso en la conformación de sus figuras. Su paleta tenebrista resalta el oscurantismo de la España del momento. Su obra puede estructurarse en torno a tres temas: las fiestas populares (El entierro de la sardina), los usos y costumbres de España (La visita del obispo) y los retratos (1920, Mis amigos). Su pintura, de gran carga social, intenta reflejar la atmósfera de la España rural más degradada, de manera que los ambientes y escenarios de sus cuadros son siempre arrabales atroces, escaparates con maniquíes o rastros y ferias dignos de Valle-Inclán (por los que sentía especial predilección), tabernas, “casas de dormir” y comedores de pobres, bailes populares, corridas, coristas y cupletistas, puertos de pesca, crucifixiones, procesiones, carnavales, gigantes y cabezudos, tertulias de botica o de sacristía, carros de la carne, caballos famélicos, ciegos de los romances, “asilados deformes”, tullidos, prostíbulos, despachos atiborrados de objetos, rings de boxeo, ejecuciones y osarios.

En Taberna en Santander, no hay interés por la caracterización individual de los personajes, sino por reflejar el momento de la tarde, marcado en el reloj del fondo, en el que los marineros regresan de sus faenas y hacen un alto, fumando y tomando una copa, mientras relatan los sucesos del día, escena habitual en los muelles de Santander, muy cercana a sus propias vivencias. Pinta a los tres hombres del mar como protagonistas de ese mundo que tanto admira, dotándoles de una gran serenidad por medio de una paleta en tonos verdes y con una tenue iluminación. Curiosamente, estas figuras nos transmiten su existencia, no son ajenas, aunque aparezcan como ausentes, lo que no es habitual en los escenarios costumbristas en los que personifica a personajes reales. Gusta de representarlos un tanto idealizados, como en el Armador, al que conoció en los muelles de Santander deambulando entre los barcos, recordando y añorando su antigua vida, y que pinta con toda su gallardía, con sus viejas botellas de ron jamaicano y ginebra holandesa, en una estancia llena de carácter, con un fanal en cuyo interior reposa un barco de vela que se mueve, un barómetro y un cuadro que refleja el viejo muelle de Santander con la catedral del siglo XIII al fondo. La figura del anciano es tratada en sus trabajos literarios con respeto, con claras alusiones a su estado físico, a su dependencia y actividad, haciendo hincapié incluso en su vestimenta.