Pintor italiano, Massimo Stanzione se convirtió en el maestro más reconocido del Nápoles de los años centrales del siglo XVII, a la vez que su pintura nutrió a numerosos discípulos y seguidores. Su obra, como de tantos otros grandes autores, no fue ajena al vino. Esto lo podemos apreciar con claridad en su Sacrificio a Baco, fechada hacia 1634.

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La carrera de Stanzione fue similar a la de muchos artistas de la época, que se iniciaban en el caravaggismo, deslumbrados por su fuerza expresiva y por el dramatismo de la iluminación que empleaban. De su abundante producción pueden recordarse los frescos y las telas para la capilla de San Mauro (1631-1637) y para la capilla del Bautista (1644-1651) en la Certosa di San Martino (Cartuja de San Martín) de Nápoles. Junto con El triunfo de Baco de Finoglia, el Sacrificio a Príapo de Poussin (Sao Paulo, Museo de Arte Assis Chateaubriand) y otras pinturas, Sacrificio a Baco formaría una serie poco homogénea que ilustraba los cultos paganos de la Antigüedad. Su estudio de la Antigüedad se completó con la admiración hacia Aníbal Carracci.

El estilo de la obra indica que fue realizada hacia 1634-1635, a la vez que el cuadro de Ribera y por las mismas fechas que las cuatro escenas de la vida de san Juan Bautista que Stanzione pintó para el Buen Retiro, posiblemente para la ermita de San Juan en los jardines del palacio. Debió de ser encargada directamente por el virrey de Nápoles, conde de Monterrey, al artista, que era entonces el más destacado entre los oriundos de la ciudad que trabajaban en ella. Sus obras de estos años han sido consideradas como las más representativas de su estilo, cuando llevó a la maestría un naturalismo que se aleja del estilo recio de Ribera para aliarse con un clasicismo elegante y refinado.

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La pintura muestra un grupo de mujeres y niños que portan tributos de flores, frutas y vino a una rechoncha estatua de Baco coronado de hojas y con un tirso en la mano. Son las bacantes de Tebas, que adoraban al dios del vino, hijo de Júpiter y Sémele, y que aquí aparecen envueltas en pieles de animales y engalanadas con zarcillos de hiedra y hojas de parra, gritando frenéticas, enardecidas por el vino, tañendo flautas y panderetas y danzando sin pudor. Los cultos dionisiacos consistían en celebraciones rituales protagonizadas por jóvenes bacantes en las que se veneraba al dios del vino mediante la ofrenda de flores, frutas y el sacrificio de animales, como vemos en Sacrificio a Baco.

A la izquierda hay un niño montado en una cabra, y en el extremo derecho una mujer lleva una becada, ambos animales quizá destinados al sacrificio. Dos niños sacan uvas de una cuba y uno de ellos se exprime el jugo en la boca. Massimo Stanzione supo establecer en su arte una fecunda relación entre el naturalismo anterior y la retórica clasicista. Buen conocedor del caravaggismo que se practicaba en Roma, al diseñar la obra de “Sacrificio a Baco”, Stanzione tomó como modelo el trío de pinturas mitológicas que había hecho Tiziano para Alfonso de Este, duque de Ferrara: la Ofrenda a Venus, la Bacanal de los andrios, y Baco y Ariadna, obras que ya hemos abordado con anterioridad en nuestra sección de El vino en el Arte.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes