Edward Hopper fue un pintor estadounidense, célebre sobre todo por sus retratos de la soledad en la vida estadounidense contemporánea. Se le considera uno de los pintores de la escuela Ashcan, que a través de Arshile Gorky llevó al expresionismo abstracto posterior a la Segunda Guerra Mundial. Su obra no fue ajena en absoluto al vino; esto lo podemos comprobar en su archiconocida pintura Le Bistro or The Wine Shop, fechada en 1909.
Se formó en la School of Art de Nueva York y hasta 1920 se dedicó principalmente a la ilustración y al grabado. En 1906, viaja a Europa por primera vez. En París, experimentará con un lenguaje formal cercano al de los impresionistas. Después, en 1907 fue a Londres, Berlín y Bruselas. El estilo personal e inconfundible de Hopper, formado por elecciones expresivas precisas, comienza a forjarse en 1909, año en el que crea la obra que nos ocupa, durante una segunda estancia en París de seis meses, llegando también a pintar en Saint-Germain y Fontainebleau. Le Bistro or The Wine Shop es un rara avis dentro de su producción. En Hopper, la escena aparece casi siempre desierta; en sus cuadros casi nunca encontramos más de una figura humana, y cuando hay más de uno lo que destaca es la alienación de los temas y la imposibilidad de comunicación resultante, que agudiza la soledad. Aunque pintó algunos paisajes y escenas al aire libre, la mayoría de sus temas pictóricos representan lugares públicos, como bares, moteles, hoteles, estaciones, trenes, todos ellos prácticamente vacíos.
El tratamiento cinematográfico de las escenas y el personal empleo de la luz son los principales elementos diferenciadores de su pintura. Esta se caracteriza por un peculiar y rebuscado juego entre las luces y las sombras, por la descripción de los interiores, que aprende en Degas y que perfecciona en su tercer y último viaje al extranjero en 1910 a París y a España, y por el tema central de la soledad. Mientras en Europa se consolidaban el fauvismo, el cubismo y el arte abstracto, Hopper se siente más atraído por Manet, Pissarro, Monet, Sisley, Courbet, Daumier, Toulouse-Lautrec y por un pintor español anterior a todos los mencionados: Goya. De todos ellos admiraba el dramatismo que conseguían con la iluminación. A través de imágenes urbanas o rurales, inmersas en el silencio, en un espacio real y metafísico a la vez, Hopper consigue proyectar en el espectador un sentimiento de alejamiento del tema y del ambiente en el que está inmerso bastante fuerte por medio de una esmerada composición geométrica del lienzo, por un sofisticado juego de luces, frías, cortantes e intencionadamente “artificiales”, y por una extraordinaria síntesis de los detalles
Su evocadora vocación artística evoluciona hacia un fuerte realismo, que resulta ser la síntesis de la visión figurativa unida al sentimiento poético que Hopper percibe en sus objetos. Hopper fue, sin duda, el autor de referencia de los realistas que pintaban escenas estadounidenses. Sus pinturas son lacónicas, en ellas se aprecia el vacío y el silencio. Las escenas que crea están invadidas por una leve acción, como el rumor de la brisa suave de una cortina. Hopper no será recordado por su rotura con las normas estéticas precedentes ni por haber innovado excesivamente con su técnica, sino por haber conseguido la expresión de un mundo personal e íntimo con sus imágenes cotidianas.
A pesar de que durante gran parte de su vida su obra pictórica no recibió la atención de la crítica ni del público y se vio obligado a trabajar como ilustrador para subsistir, en la actualidad sus obras se han convertido en iconos de la vida y la sociedad moderna. Si te ha gustado este cuadro, y también te gusta el vino, te recomendamos que visites hoy mismo la tienda online de Licores Reyes para conocer las mejores propuestas del sector: http://tiendalicoresreyes.es