Teresa Peña Echeveste (Madrid, 1935 – Entrambasaguas, 2002) fue una pintora española considerada como una de las máximas representantes en la unión del arte contemporáneo y la fe cristiana. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “La Sagrada Cena”, fechada en 1975.

La Sagrada Cena (1975), de Teresa Peña

Ganó por oposición el Gran Premio de Roma, dotado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, lo que le permitió estar pensionada durante cuatro años en la Academia Española de Bellas Artes de Roma, en la que han completado sus estudios músicos, pintores, escultores y arquitectos de España, siendo la primera mujer española en conseguirlo. Obtuvo numerosos premios y reconocimientos por su genio pictórico y su dilatada obra; no obstante, se alejó de la vida afamada para dedicarse al un mundo de la marginación, que iba a ser para ella motivo de inspiración artística y de entrega vocacional. La obra de Teresa Peña se encuentra representada en museos, catedrales, instituciones y colecciones particulares.

Teresa comenzó a demostrar una intensa sensibilidad religiosa. Le venía del ámbito familiar y de su largo contacto con la Institución Teresiana, pero poco a poco la religiosidad se le fue trocando en la razón última de su vida y aún de su quehacer artístico. Cabría decir que Teresa vivió dos vidas y dos vocaciones paralelas: la de la pintura y la de la creyente comprometida. El desarrollo de las dos vocaciones, en algún momento, le resultó conflictivo porque no pudo o no supo armonizar la incompatibilidad aparente entre ambas llamadas de Dios. Ya en 1963 (por tanto antes de ganar el Premio de Roma) había ingresado en el Carmelo Descalzo de la Aldehuela (Madrid) con ánimo de profesar en su momento. El fracaso de este primer intento no bastó para hacerle desistir. Años más tarde, en 1970, en la plenitud de los éxitos profesionales, hizo otra escapada eremítica, retirándose a la Cartuja de Benifasar (Castellón), que es la única cartuja femenina que existe en España.

Su vocación no se consolidó en este lugar. Sin embargo poco a poco fue orientándose religiosamente hacia el mundo de la marginación como punto de encuentro entre su arte y su fe. La marginación iba a ser para ella (así lo prueban muchos de sus cuadros) motivo de inspiración artística y de entrega vocacional. La entrega de Teresa a sus ideales estéticos y humanitarios la alejaron de su familia y se adentró en escenarios marginales de Zaragoza y diversos puntos del Levante español. Su experiencia mediterránea, como ella la llamaba, consistía en una búsqueda de la luz (asunto de primera magnitud en las obras de Teresa) a través del trabajo artístico y docente entre drogadictos, discapacitados y marginados en general. En agosto de 1980 escribió Teresa una carta al Papa Juan Pablo II. En ella le decía expresamente: ‘En esta vocación artística que he venido alternando con la llamada del desierto en la modalidad eremítica, he encontrado al Señor con una intensidad especial que me impulsaba hacia el sufrimiento humano. Sobre todo hacia los sectores de la marginación.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes