Considerado uno de los máximos representantes del surrealismo, Joan Miró i Ferrà fue un pintor, escultor, grabador y ceramista español de gran impacto en el Arte durante el siglo XX. “Cuando me coloco delante de un lienzo, no sé nunca lo que voy a hacer; y yo soy el primer sorprendido de lo que sale”, llegó a decir. En un principio Miró mostró fuertes influencias fauves, cubistas y expresionistas, generando una pintura plana con cierto aire naïf.
En 1920 Miró se instala en París, entrando en contacto con la vanguardia artística y literaria del momento. Poco después se publica el “Manifeste du Surréalisme”, texto fundacional del grupo del mismo nombre, del cual Miró fue un destacado representante. En sus cuadros reflejó su interés en el subconsciente, en lo “infantil” y en su país. Su obra, como la de tantos otros grandes artistas, no es ajena al vino.
Miró transformó, cambió, generó, destrozó, inventó. No tenía miedo. Tampoco conocía reglas que no pudieran ser quebrantadas. “Considero que para hacer algo en el mundo se ha de sentir amor al riesgo y a la aventura y, sobre todo, saber prescindir de eso que el pueblo y las familias burguesas llaman porvenir”. Los objetos adquieren una fuerza mayúscula, dificilmente comparable con la que le atribuían autores anteriores. “Para mí un objeto es algo que vive. Estos cigarrillos o fósforos de esta caja contienen un secreto de la vida mucho más intenso que la de ciertos seres humanos”, sentenció.
“La botella de vino”, realizada en 1924, pone de relieve la importancia que los surrealistas concedieron al subconsciente y da una idea de las posibilidades artísticas que ofrecía la aplicación de los métodos automáticos del grupo, basados en la imaginación y en las asociaciones libres. Siempre con una clara premisa: menos es más. “Me siento en la necesidad de alcanzar el máximo de intensidad con el mínimo de medios”. Encontramos montañas que pueden simbolizar su añorada Cataluña. También una serpiente con grandes ojos rojos, persiguiendo a un insecto, así como un volcán que parece estallar en la base de la botella, y vapores que se pierden en el horizonte. Y todo basado en un perfecto análisis de espacio y situación. “Las obras deben ser concebidas con fuego en el alma, pero ejecutadas con frialdad clínica”, dictaminó. Surrealismo puro.
En “La botella de vino”, Miró se expresa con la utilización de formas retorcidas, líneas que dan señales de movimientos ondulantes. “Trato de aplicar colores como palabras que forman poemas, como notas que forman música”, explicaba. Utiliza los colores primarios, ademas de sus trazos, para conseguir que los elementos sean facilmente reconocibles por el público. No solo existen colores primarios en la pintura, también los hay en el vino: la tonalidad que le da la uva, así como los aromas y sabores que genera al ser degustado. ¿De verdad no crees que los vinos tienen un color en el paladar? Es fácil atribuir el color azul al sabor lavanda en nuestras papilas, o el rojo que crean esas frutas y flores rojas. También esos tonos verdosos cuando el vino tiene ligero gusto a manzana. Podríamos seguir horas identificando sabores y colores.
Esta botella de vino nos presenta algo de lo que ha plasmado el movimiento surrealista, en base a las asociaciones libres y todo lo que tiene que ver con la imaginación. La presencia del vino no es casual. Miró, ferviente consumidor de refinados vinos, solía disfrutar y compartir con muchos intelectuales del movimiento surrealista la pasión por el arte de la pintura y de los sueños. También por el mundo del vino. “Al cabo de un tiempo de estar trabajando en un lienzo, puedo sentir cómo me estoy empezando a enamorar, con el amor que nace de la comprensión lenta”. Su idilio con el vino fue una realidad.
Con el tiempo, se empezó a distanciar de muchos de sus compañeros del movimiento. “Sin concordia no puede existir ni un estado bien gobernado ni una casa bien administrada”, consideró en una ocasión. Miró no quiso «transformar el mundo»; más bien «cambiar la vida». Georges Hugnet lo explicó perfectamente: “Miró ha querido asesinar la pintura, la ha asesinado con medios plásticos, mediante una plástica que es una de las más expresivas de nuestro tiempo. La ha asesinado, quizá, porque no quería doblegarse a sus exigencias, a su estética, a un programa demasiado estrecho para dar vía libre a sus aspiraciones y a su sed”.
Personalidad tremendamente crítica, Miró siempre puso de relieve la importancia de lo esencial: “Ir de mejoramiento en mejoramiento, es el sentido extremo de la palabra, es ir hacia una pura decadencia. Por donde hay que ir perfeccionándose es por dentro, a pesar de que ello comporte, como suceda con frecuencia, un fracaso exterior”. Y todo ello siempre en clara conexión con su obra artística. “Un cuadro no se acaba nunca, tampoco se empieza nunca, un cuadro es como el viento: algo que camina siempre, sin descanso”.
A partir de su estancia en París, su obra se vuelve más onírica. Entonces Miró empezó a experimentar con el collage. “No creo que el arte haya llegado a ningún callejón sin salida. El hombre siempre irá abriendo nuevas puertas; lo importante es saber a dónde conducen esas puertas. Y luego tener fuerza para emprender el camino que se vez desde ellas”, dijo. Sus grandes creaciones en todos los ámbitos artísticos se irán desarrollando durante más de cinco décadas. Difícil intentar comprender lo que denominamos arte contemporáneo sin él y su influencia.
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