Sus primeras lecciones artísticas las recibió de su padre, un pintor valenciano poco conocido, que descubrió las facultades de su hijo para el dibujo y lo envió a Madrid para que se formara junto a Felipe de Castro, quien lo introducirá en el gusto neoclásico. Compaginó su labor como pintor al servicio regio con el puesto que ocupaba en la Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, donde era responsable de la supervisión del trabajo de los pintores jóvenes.
Maella fue un pintor fecundo, de una creatividad incesante en todos los géneros pictóricos. En 1799 alcanzó la cima de su fama, al ser nombrado primer pintor de cámara, junto con Goya, y encargado de la custodia y restauración de los Reales Sitios, pero tras la caída de Carlos IV y la llegada de José I en 1808 no dudó en servir al monarca francés, del que recibió honores y agasajos. Esta situación fue, al final, la que provocó su ocaso, acusado de afrancesado.
En El Invierno, en el interior de una casa, ante un paisaje nocturno y nevado, un matrimonio de campesinos se calienta al fuego junto a una mesa con una cena preparada. Posiblemente la escena aluda al mito de Hades y Perséfone vinculado a esta estación, durante la cual Perséfone vive en los Infiernos con Hades, su secuestrador, rechazando la comida que él prepara para retenerla en su reino. Maella sigue fielmente las pautas iconográficas del libro de emblemas de Cesare Ripa.
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