Vincenzo Caprile (Nápoles, 1856 – ibídem, 1936) fue un pintor italiano. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “Figura de viejo en la tienda”, fechado en 1878.

Vincenzo Caprile

Criado en una familia acomodada, Vincenzo Caprile estudió en el Instituto de Bellas Artes de Nápoles, donde fue alumno de Gabriele Smargiassi y de Domenico Morelli. Comenzó su carrera en 1873 con la pintura de un pueblo, A Possilipo, y desde entonces se fue afirmando, cada vez más favorecido por el público, con sus escenas del paisaje partenopeo pobladas de figuras de pastorcitas, pescadores, niños trabajando. Esta producción, en consonancia temática y estilística con la pintura de Michetti, de Francesco Lojacono y de Antonino Leto, secundaba aquel gusto difundido en la cultura internacional del siglo XIX por un estilo figurativo donde el esmero verista se conjugaba con la afabilidad de los temas y el deleite contemplativo y cromático. Alcanzó definitivamente el éxito en 1880, cuando presentó en la Exposición Nacional de Turín La dote di Rita, conocido también con el título Nell’ovile (1879). Desde ese momento, el artista participó con regularidad en las más importantes manifestaciones italianas y extranjeras, sin que el interés por su obra –sustancialmente inmutable en el transcurso del tiempo– decayera con el paso de los años; de lo que dan testimonio las muchas reproducciones oleográficas de sus pinturas y, sobre todo, las muchas copias con variantes de sus cuadros más famosos, realizadas por el pintor para contentar a numerosos coleccionistas.

Entre las raras innovaciones estilísticas y de contenido que definen la obra de Caprile, los elementos más significativos se deben a la fascinación que Venecia y la pintura de pinceladas evidentes, virtuosa y al mismo tiempo llena de brío de Giacomo Favretto ejercieron sobre el artista. De hecho, desde 1887 el pintor empezó a pasar largos períodos en la ciudad véneta, que se convertiría en motivo de inspiración para sus cuadros del mismo modo que el universo napolitano, tomando como modelo el estilo, para entonces en desuso, de Favretto. Ese año Caprile participó en la Exposición Nacional de Venecia con dos obras, Maria Rosa, un tema típico de su producción que luego presentaría en Londres (1888), en París (1889) y en Nápoles (1890), y Guaglioni, una pintura que representa a niños que chapotean felices en el agua del mar, impregnada de una felicidad vitalista resaltada por el tratamiento verista de los cuerpecillos infantiles y de las construcciones del balneario, y por la extensión palpitante del mar, al punto de evocar la luminosa belleza mediterránea de un día de sol.

El recorte del encuadre, que excluye de modo perentorio parte de los vestuarios alineados para imponer así una visión más cercana de los niños en su juguetona exuberancia, es quizás consecuencia del interés del artista por la fotografía y por el desarrollo que esta podía ofrecer a la pintura. Ya desde principios de la década de 1880 Caprile utilizaba con pasión la cámara fotográfica para tomar apuntes visuales que reelaboraba luego en su estudio a la hora de pintar, y para documentar su propia obra. El pintor dedicó varios meses a la realización del cuadro, como atestigua un boceto casi definitivo de la obra ejecutado en Nápoles en 1886. Un año después de la exposición veneciana, Caprile viajó a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1889 pintando varios retratos de los personajes más destacados de la ciudad, y donde fue nombrado miembro honorario de la Sociedad de Bellas Artes porteña. Es posible que trajera consigo algunas de sus obras más recientes, entre las cuales –puede suponerse– estaba el mismo Guaglioni, que luego entraría en la colección de Gallardo. Que la permanencia del artista en Buenos Aires fuera fructífera, también desde el punto de vista económico, lo confirma un redactor de La Nación que aún en 1902 recordaba que Caprile había dejado la ciudad con la linda suma de 40.000 liras de ganancias.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes