José Jiménez Aranda, (Sevilla, 7 de febrero de 1837-ibídem, 6 de mayo de 1903) fue un pintor español. Hermano de los también pintores Luis Jiménez Aranda y Manuel Jiménez Aranda. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “Escena de El Quijote: Don Quijote y Sancho en la venta”, fechado en 1870.

José Jiménez Aranda

Hermano del también pintor Luis Jiménez Aranda, José fue uno de los artistas más dotados de la pintura andaluza del siglo XIX. En 1851 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, donde recibió enseñanzas, entre otros, de Antonio Cabral Bejarano, Manuel Barrón y Eduardo Cano, de quien fue alumno predilecto y cuya impronta se deja sentir en su obra inicial. En 1864 José Jiménez Aranda concurrió por vez primera a una Exposición Nacional, donde consiguió una mención honorífica por su cuadro La huérfana, de temática costumbrista. Cuatro años más tarde se trasladó a Jerez de la Frontera y contrajo matrimonio con María Dolores Vázquez. En 1870 volvió a concurrir a la Exposición Nacional con obras costumbristas, entre las que cabe citar Un lance en la plaza de toros, premiada con tercera medalla. Al año siguiente trabó amistad con Mariano Fortuny y con Raimundo de Madrazo en Sevilla y decidió seguirles a Roma, llevando consigo a su familia y a su joven discípulo José García Ramos. En la capital italiana emprendió sus primeras obras preciosistas, como Los penitentes en la basílica de Asís (1874). En 1875, al poco tiempo de la muerte de Fortuny, Jiménez Aranda regresó primero a Valencia y luego a Sevilla, donde fue nombrado académico de Bellas Artes en 1879. En la capital andaluza continuó su producción de obras preciosistas que encontrarían salida en el mercado internacional gracias a la mediación de su hermano Luis, afincado en París. En 1878 José Jiménez Aranda concurrió a la Exposition Universelle de París con el cuadro El guardacantón, y dos años más tarde participó en el Salon parisiense con Los bibliófilos y con Una cogida en los toros –versión preciosista de Un lance en la plaza de toros (1870)–. Instalado en la capital francesa desde 1881, José Jiménez Aranda llevó a cabo una febril actividad como pintor de pequeñas escenas preciosistas, de fácil salida en el mercado. Participó con asiduidad en los salones de la capital francesa y en 1882 fue premiado con medalla de honor en la Exposición Universal de Múnich por su Sermón en el patio de los naranjos de la catedral de Sevilla. No obstante, acusó el cambio del gusto artístico hacia las escenas de la vida moderna. En 1890 el pintor sevillano abandonó París y se instaló en Madrid. Ese mismo año fue premiado con primera medalla en la Exposición Nacional por su cuadro Una desgracia, obra de temática social. Asimismo, estrechó una profunda amistad con Joaquín Sorolla. En 1893 Jiménez Aranda se instaló de nuevo en Sevilla donde impartió clases en la Academia Libre hasta 1897 y, a partir de entonces, en la Escuela de Bellas Artes, sustituyendo a su maestro Eduardo Cano. Desde mediados de los años noventa frecuentó la localidad de Alcalá de Guadaíra donde se unió al grupo de paisajistas sevillanos encabezados por Emilio Sánchez-Perrier. Uno de sus últimos éxitos lo obtuvo en la Exposition Universelle de París de 1900, donde expuso 137 bocetos de El Quijote y fue galardonado con una medalla de oro. Su muerte tuvo lugar el 6 de mayo de 1903 en su domicilio sevillano.

Según estima Gerardo Pérez Calero, desde sus inicios creativos, este fecundo artista sevillano estableció una intensa relación: pintura-literatura, binomio que mantendrá en buena parte de su producción. Esto se debe sin duda a su vinculación con una época en la que los temas literarios constituían una temática valorada en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes como consecuencia del éxito de la pintura de historia de la que de algún modo deriva. Su formación artística estuvo condicionada por el aprendizaje y la práctica del dibujo de tradición académica, de cuya destreza dio muestra precoz siendo muy joven. No en balde, sus prestigiosos profesores en la Escuela Profesional de Bellas Artes, centro dependiente de la Academia de Primera Clase de Sevilla, Joaquín Domínguez Bécquer y Eduardo Cano, eran director de Dibujo y titular de la clase de Principios de Dibujo, respectivamente. El dibujo y sus distintas variantes fue, pues, la técnica que empleó con acierto y seguridad para llevar a cabo las diversas ilustraciones de obras literarias. Éstas, se habían convertido en el siglo XIX en el intermedio puramente técnico entre el papel y la realidad o la imaginación del escritor. Es la centuria de la narración, de la historia y de la novela, cuando la prensa, las revistas y los libros de variada temática acapararon la atención de un lector ávido por captar las acciones de los textos, especialmente épicas o simbólicas, mediante dibujos e ilustraciones gráficas. En Jiménez Aranda estas últimas se mueven entre lo romántico y lo realista, por lo que pueden calificarse de postrománticas y eclécticas al mismo tiempo; ya que, si por una parte acusan evidentes convencionalismos románticos por el sentimiento que las embarga; por otra, comparten también una notable objetividad proveniente de nuevas ideologías y de la proliferación de publicaciones desde los años sesenta. No deben olvidarse tampoco las experiencias de nuestro pintor fuera de España: su estancia en París (1881-1890), que le puso en contacto con el naturalismo galo, lo que no deja de ser un dato más a tener en cuenta –con matices– en el análisis de algunas de sus ilustraciones de obras literarias. También cabe señalar su adscripción a la estética del simbolismo desde el último cuarto de siglo; y no deben soslayarse, en fin, los modernos avances técnicos que darán paso al novecientos. En 1847, diez años después del nacimiento de Jiménez Aranda, el marqués de Salamanca encargaba la primera obra conocida de tema cervantino al pintor sevillano Antonio Cabral Bejarano. Veinte después, nuestro artista acometía sus primeros dibujos del Quijote tal vez animado por la reciente publicación (1863) de la edición de Gustavo Doré, y con la intención de interpretar, que no publicar de momento, una versión más española de la realidad, según contenía el texto del universal escritor. De estas mismas fechas serían sus primeros óleos sobre lienzo. La ilustración que nos ocupa tiene como argumento un episodio de la novela de Cervantes, titulado «Don Quijote y Sancho en la venta», correspondiente a la I Parte, 3ª parte, cap. XVII: «y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta Pater-nosters, y otras tantas Ave-Marías, Salves y Credos, y a cada palabra acompañaba una cruz a modo de bendición: a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y el cuadrillero…». La escena se desarrolla en el interior de la venta, en la que los personajes se sitúan ante una rústica chimenea encendida y en derredor de una mesa, en uno de cuyos filos se sienta Don Quijote para dirigirse a sus contertulios. La luz entra por un escueto ventanal abierto en la pared derecha colaborando al ambiente de expectación existente.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes