Rufino del Carmen Arellanes Tamayo (Oaxaca, 26 de agosto de 1899 – Ciudad de México, 24 de junio de 1991) fue un pintor modernista mexicano. Su obra no fue ajena al vino. Esto lo podemos comprobar en “El borracho feliz”, fechado en 1946.

El borracho feliz (1946), de Rufino Tamayo

Es considerado como uno de los pintores mexicanos de mayor importancia del siglo XX, siendo además uno de los primeros artistas latinoamericanos que consiguió un reconocimiento y una difusión de su obra internacional, como ocurrió también con otros artistas como los integrantes del conocido “grupo de los tres” (Rivera, Siqueiros y Orozco). De hecho trabajó con ellos en algunos proyectos, como el movimiento muralista que se extendió en el período que comprende las dos guerras mundiales. Esto a pesar de las características propias de su pintura que le distinguen perfectamente del resto del grupo. El museo que lleva su nombre, Museo Tamayo Arte Contemporáneo, está dedicado exclusivamente al arte contemporáneo y no expone su obra regularmente. Fue Doctor Honoris Causa por la Universidad de Manila en 1974, por la Universidad Nacional Autónoma de México​ en 1978, por la de Berkeley en 1982, por la Universidad del Sur de California​ en 1985, y por la Veracruzana en 1991. Fue nombrado miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes de Argentina.

Tamayo fue alejándose progresivamente del realismo. Pintó los ámbitos internos, la atmósfera, los paisajes urbanos o pueblerinos, la naturaleza de su realidad local. En su producción es posible identificar dos etapas distintas. La primera, que va de la década de 1920 a mediados de la de 1950, tiene una neofiguración cercana al realismo, pero siempre defendiendo o manteniendo la conexión entre sus temas y los problemas sociales.

Puede considerarse que el trabajo de Rufino Tamayo se caracteriza por una voluntad de integración plástica de la herencia precolombina autóctona, la experimentación y las nuevas tendencias pictóricas que revolucionaban los ambientes artísticos europeos a comienzos de siglo. Esta sincretización y ese interés por lo que acontecía en Europa desde el punto de vista artístico marcan diferencia en su trabajo y estilo respecto del núcleo fundamental de los “muralistas”, los cuales prefieren mantener una absoluta independencia estética respecto a las tendencias europeas y tener su fuente de inspiración en la herencia pictórica precolombina, marcadamente indigenista. También se separó del movimiento muralista por su falta de motivación ideológica y revolucionaria, y por tener un marcado acento formal y abstracto del tema indio.

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Un artículo de Alberto Muñoz Moral
Responsable de Comunicación de Licores Reyes